El deterioro de España bajo su falsa democracia ha sido aterrador. Un simple vistazo hacia el pasado nos lleva a conclusiones descorazonadoras: la fe en la democracia se ha perdido, la confianza en los líderes se ha esfumado, el impulso que nos hizo prósperos se ha apagado, los valores se han hundido y la esperanza ha desaparecido. Algunos sociólogos advierten que empieza a despertarse entre muchos ciudadanos frustrados por el mal gobierno un fuerte deseo de venganza contra los políticos, que sólo se calmará cuando los actuales dirigentes sean humillados en las urnas y expulsados del poder.
La España actual ha cambiado tanto que parece la antítesis de la que hace tres décadas afrontó la Transición y abrazó con ilusión la democracia. Desde entonces, las víctimas de la degradación democrática son muchas y el desprestigio afecta a sectores y colectivos realmente vitales. Casi todo lo que entonces era amado y respetado, hoy es rechazado y su imagen está por los suelos. La primera víctima es la democracia, que entonces era deseada y aplaudida y hoy está bajo sospecha, con cientos de miles de ciudadanos convencidos de que lo que se instaló en España tras la muerte del Caudillo no fue una democracia sino una sucia partitocracia que no merece respeto.
Al contemplar el profundo deterioro sufrido por España en las últimas tres décadas, la conclusión es terrible: el país carece de columnas firmes que sostengan la convivencia, la sociedad y hasta el entramado de derechos y deberes cívicos. Sin confianza, sin fe en el liderazgo, sin respeto a las autoridades, sin esperanza de justicia, sin acceso a la verdad, inmersos en la corrupción, sin valores firmes y con una sobredosis de desesperación, España quizás sea ya un país desahuciado y la gran víctima europea y occidental de una casta política digna de oprobio.
Si el país fuera serio y justo, al contemplar el siniestro balance de las últimas tres décadas y el profundo deterioro, retiraría su apoyo y respeto a la clase política, principal culpable del drama, y exigiría una profunda regeneración con otro tipo de gente en el poder, más digna, preparada, justa y honrada.
La España actual ha cambiado tanto que parece la antítesis de la que hace tres décadas afrontó la Transición y abrazó con ilusión la democracia. Desde entonces, las víctimas de la degradación democrática son muchas y el desprestigio afecta a sectores y colectivos realmente vitales. Casi todo lo que entonces era amado y respetado, hoy es rechazado y su imagen está por los suelos. La primera víctima es la democracia, que entonces era deseada y aplaudida y hoy está bajo sospecha, con cientos de miles de ciudadanos convencidos de que lo que se instaló en España tras la muerte del Caudillo no fue una democracia sino una sucia partitocracia que no merece respeto.
Al contemplar el profundo deterioro sufrido por España en las últimas tres décadas, la conclusión es terrible: el país carece de columnas firmes que sostengan la convivencia, la sociedad y hasta el entramado de derechos y deberes cívicos. Sin confianza, sin fe en el liderazgo, sin respeto a las autoridades, sin esperanza de justicia, sin acceso a la verdad, inmersos en la corrupción, sin valores firmes y con una sobredosis de desesperación, España quizás sea ya un país desahuciado y la gran víctima europea y occidental de una casta política digna de oprobio.
Si el país fuera serio y justo, al contemplar el siniestro balance de las últimas tres décadas y el profundo deterioro, retiraría su apoyo y respeto a la clase política, principal culpable del drama, y exigiría una profunda regeneración con otro tipo de gente en el poder, más digna, preparada, justa y honrada.
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