El nacionalismo conservador catalán ha salido del armario. Con la ayuda de la derecha centralista planea dar un Golpe de Estado al pacto constitucional de 1978 para expulsar a Andalucía del estatus de nacionalidad histórica. Con la música de fondo de la crisis de la deuda y la inestabilidad en los mercados financieros, Duran i Lleida no ha tardado en defender una España asimétrica en la que sólo Cataluña, Euskadi, Navarra y Galicia conserven la autonomía política. Para el resto de comunidades autónomas, el líder del partido más derechista, insolidario y cerril de CiU aboga por un grado mínimo de descentralización. La víctima, de esta relación peligrosa, será Andalucía. Por rebelde, indomable, vaga, subsidiada, deficitaria, izquierdista, equivocada e inconsciente. Y por votar lo que no debía.
Ni Cataluña, ni Euskadi, ni Navarra ni Galicia conquistaron en la calle los máximos niveles de autogobierno; Andalucía, sí. Sin embargo, en este festival para reeditar la España autonómica no cabe Andalucía. Los enemigos del “café para todos” y achicoria para Andalucía quieren culpar a las autonomías del elevado déficit del Estado, a pesar de que es la Administración General del Estado la que ha incurrido en el doble de déficit que las comunidades autónomas. Lo que subyace en el fondo de este debate es la andalufobia que sufren los nacionalismos del norte y la derecha española. Quieren destruir nuestra conquista como pueblo porque nuestra comunidad es “artificial” frente a las “naturales”.
En Madrid, el secretario de Estado cuestiona las cuentas públicas de Andalucía sin dar datos concretos sobre la supuesta desviación del déficit que denuncia. Tanto a CiU como al PP les molesta profundamente que Andalucía haya recobrado su peso en el Estado, votando en contra de lo esperado y diferente al resto de España. De ahí que cuestionen nuestra solvencia financiera basándose en rumores de las empresas que proveen de material sanitario a la Junta de Andalucía. De chiste si no fuera porque el objetivo que esconde la gracia es demasiado escabroso. Este affaire repentino que viven el nacionalismo catalán y la derecha española ha nacido como una entente estratégica para desmantelar las conquistas sociales a cambio de que el PP acepte una involución en el Estado Autonómico y reserve los máximos niveles de autogobierno a la España del norte. No tienen pudor en expulsar a Andalucía de su propia utopía como pueblo.
Que los ataques a nuestra autonomía, a cara descubierta, hayan comenzado justo tras las elecciones andaluzas no es por azar. Por eso, en esta Legislatura, los andaluces tenemos que organizarnos cívicamente para salir a la calle a reeditar la utopía del 4 de diciembre de 1977. Y para esta causa, necesitamos un Gobierno andaluz estable y firme ante las amenazas que atentan directamente contra la autonomía andaluza.
El andalucismo político tiene que volver a ser la vanguardia que encabece las aspiraciones de autogobierno del pueblo andaluz. Y, por supuesto, el andalucismo no puede ser de otra cosa que de un Partido Andalucista fuerte.
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