9 de abril de 2008

MI ORGULLO HERIDO

Mi orgullo andaluz ha quedado herido. Es curioso, pero cuando la casi totalidad del país habla de victoria porque ha ganado la izquierda, ha subido la derecha, a mí lo que me embarga es una gran frustración y una enorme pena.
Si todas las comunidades autonómicas fuéramos “cándidas”, la visión de un estado patriarcal, benefactor y ecuánime, sería perfecta. Pero resulta que la configuración del estado español actual no es ésa, sino un estado de las autonomías y las reglas de juego cambian. Cuando se habla de victoria o de derrota, algunos nacionalismos hemos perdido las elecciones, o no nos han votado, que al final es lo mismo. La victoria, si para gobernar debe pasar por las exigencias de una minoría, no es tal victoria.
El voto no sirve para congraciarse ni para demostrar fidelidad, admiración o agradecimiento. El voto es, en esencia, un instrumento de poder y como tal debe de ser utilizado. Yo no debo, no puedo y no quiero buscar culpables; mi crítica es un lamento y la expresión sincera de tristeza ante un anhelo político frustrado. Me da pena el resto del país, pero me duele el alma por mi Andalucía, otra vez salimos perdiendo.
Las autonomías que convocan sus elecciones diferenciadas del resto del país tienen la oportunidad de discutir el modelo de Estado y de intervenir en el gobierno de la nación, independientemente de cómo arreglan el suyo propio. Me queda la esperanza de que el Parlamento de Andalucía pida elecciones separadas o de que todos los andaluces de a pie le digamos a papá Chaves que queremos lo que otros tienen, que se pagan con dinero del estado, con nuestro dinero.
El manifiesto e intencionado cerco al nacionalismo, que se ha practicado desde los dos partidos mayoritarios del panorama político español, ha dado sus resultados, descartando la opción del nacionalismo andaluz cara a la representación política de nuestro territorio. Es posible que PSOE y PP la echen de menos cuando se sienten en el Parlamento a bajarse las vestiduras delante de otros, que no han querido ocultarse.
El nacionalismo, en un sistema bipartidista, es como el agua para el cemento y la arena, necesario. Aquí, en nuestra tierra, los grandes pensadores de la política y de la comunicación, doctos del disfraz y del conchaveo, seguirán vanagloriándose de la gran victoria obtenida. Nunca antes como ahora, una victoria puede dejar un sabor tan amargo en quienes amamos nuestra tierra.

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